samedi 7 août 2010

Imagenes en el retrovisor


Tus manos sobre el volante. Lluvia besando el parabrisas.

Aún hueles a mí y lo sabes. El humo del cigarrillo penetra por mis poros a la par que observo los cedros perderse en la neblina. Me odias entre labios, de dientes para dentro, en un lugar donde aire y saliva ocupan un solo espacio (y no puedes beber y respirarme al mismo tiempo).

Pronto anochecerá y llegaremos tarde. No hablamos desde antes de estar callados. Un escuincle corre por la acera jugando a mojarse mientras su madre trata de reprenderlo. Imbécil... no sabe que el crío únicamente quiere vivir y sentir la ropa adherida al cuerpo. El pavimento está resbaloso. Un tope. Clutch, cambio. Me aborreces con una delicadeza tal, que me siento amado.

Vahos de smog se me escapan de la boca. El líquido que desciende del nublo gota a gota penetra la tierra. Trozos de firmamento descienden al averno. Me burlo de la sutileza con que Dios paga al diablo los servicios prestados haciendo crecer maleza en el desierto. Te lo digo. Crees que he perdido la cordura y eso te excita, orillamos el auto. Me enferma lo que sale de tu boca al espirar palabras, prefiero entrar en tu corazón por los demás orificios que te quedan. El mundo es perfecto de momento. El universo una continua espera del vaivén cadencioso que nos lleve al carajo.

Hora y media después de la hora acordada. El tipo que debo llamar suegro y la arpía (que será tu retrato cuando envejezcas y desee morirme) nos esperan en la entrada de su residencia. Emito una sonrisa hipócrita, los saludo hipócritamente y ellos de la manera más hipócrita posible me dan la bienvenida a la amena e hipócrita charla de ésta noche.

Todo pasa de nada. Con la tradicional regularidad de las animadas cenas en familia. Tus padres deseando mi muerte y el triunfo del América. “La Jefa” y sus vestidos nuevos, Bush destruyendo el mundo, Gates arrojando limosnas a favor de su salvación. Hacemos de cuenta que conversamos y nos tiramos una suculenta ración de mierda sin perder la clase. Me gusta el té pero prefiero no preguntar de qué es. Un poco de cianuro no me vendría mal en estos momentos (en eso todos estamos de acuerdo).

Don David, hace un par de preguntas malintencionadas con respecto a mi trabajo, pues no puede darse el lujo de que su princesita folle con cualquier guarro de los arrabales. Yo le hablo del bufete jurídico y del periódico tratando de impresionarlo. Tú sonríes orgullosa, él no se da por satisfecho.

Un omelet que parece huevo nos sirve una sirvienta.

Me levanto, pido una disculpa por dejar mi plato a medio terminar. Tu padre me grita a mis espaldas que estoy tarado si pienso escaparme tan fácilmente, yo le contesto que puede irse a la verga. Discusión de tu padre con tu madre. Él quiere darme “una lección de urbanidad” a puño cerrado. Abro la puerta. Espero un taxi. No viene, decido continuar caminando.

Vuelve a lloviznar.

Tu automóvil aparece como una desagradable visión en la oscuridad de la calle. Me exiges que entre, te ignoro un par de veces antes de convencerme que no encontraré transporte y quizá duré toda la noche en llegar caminando a mi casa. Te estacionas. Subo, manchando con el lodo de mis pies tu tapete de Taz. No sé lo que sucede. Estoy como dormido, mis ojos siguen mirando algún lugar en el reflejo del espejo vacío. ¿Por qué haces tanto ruido? ¿Quién demonios eres tú? ¿Qué tienes que ver conmigo? Estoy bloqueándome. Dentro de un momento hablarás como estupida y yo perderé el sentido, haré como que te escucho mientras miro tu rostro cambiar de expresiones, procurando en cada una de ellas el hacerme sentir miserable. Siempre ocurre cuando te enojas. Las hormonas nos juegan malas pasadas.

Me gritas un rato, añoro el placer de caminar bajo la lluvia. Fumas un silencio inmenso y dolorosamente placentero, antes de estallar en una risa traviesa y llenarme el rostro de besos. Digo que estas loca. Pienso que estas loca. Estacionas, me acaricias sobre la ropa, tu lengua juega con mi cuello y mis oídos; estoy en silencio, no hago sino contemplar el retrovisor que me muestra sombras y destellos de luces que ya no están. Tu deseo se frustra, tu pasión se frustra. Decides encender y arrancar el coche. Estas encabronada. La carretera sigue mojada, igual que tú.

Sólo sé que las cosas acaban porque tuvieron que empezar. Te lo expreso con más franqueza que verdad. Lloras trozos de cristal que no consigo consolarte. Te digo que te detengas, no deseo arruinarle el apetito a los escarabajos. Mi sangre coagulada se mezcla con los últimos sonidos de tu respiración. Te adormeces en la tranquilidad de mis ojos. Los gusanos penetran tu vientre. Mi mano delgada y fría te acaricia bajo el esternón. Quiero que me hagas un favor querida amiga. Conduce hasta el precipicio, tengo ganas de ver las estrellas.

“A la triste memoria de las cosas”

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